domingo, febrero 14, 2010

Recordando a Ricardo Cantalapiedra




Le mataron un día de madrugada,
cuando los hombres duermen,
cuando los gallos cantan.
Le mataron un día de madrugada,
machacaron sus huesos una mañana.
Repartieron sus ropas, sortearon su capa,
le mataron un día de madrugada.
Por todos los caminos su voz gritaba
las verdades que hieren,
las verdades que salvan.
Le mataron un día de madrugada.
Le ofrecieron dineros y vida holgada,
por ocultar verdades,
por inventar palabras.
Le mataron un día de madrugada.
El mundo no perdona a quien no engaña.
Arrasaron su casa,
le dejaron sin nada.
Le mataron un día de madrugada.
Pero su voz resuena por las montañas;
seguiremos cantando,
seguiremos soñando,
seguiremos viviendo,
con su Palabra.






La casa de mi Amigo no era grande;
su casa era pequeña.
En la casa de mi Amigo había alegría,
y flores en la puerta.

A todos ayudaba en sus trabajos;
sus obras eran rectas.
Mi Amigo nunca quiso mal a nadie;
llevaba nuestras penas.

Mi Amigo nunca tuvo nada suyo;
sus cosas eran nuestras.
La hacienda de mi Amigo era la vida;
amor era su hacienda.

Algunos no quisieron a mi Amigo;
le echaron de la tierra.
Su ausencia la lloraron los humildes;
penosa fue su ausencia.

La casa de mi Amigo se hizo grande,
y entraba gente en ella.
En casa de mi Amigo entraron leyes,
y normas y condenas.

La casa se llenó de negociantes,
corrieron las monedas.
La casa de mi Amigo está muy limpia,
pero hace frío en ella.

Ya no canta el canario en la mañana,
ni hay flores en la puerta.
Y han hecho de la casa de mi Amigo
una oscura caverna,
donde nadie se quiere ni se ayuda,
donde no hay ya primavera.

Nos fuimos de la casa de mi Amigo,
en busca de sus huellas.
Y ya estamos viviendo en otra casa:
una casa pequeña,
donde se come el pan y se bebe el vino
sin leyes ni comedias.

Y ya hemos encontrado a nuestro Amigo,
y seguimos sus huellas,
y seguimos sus huellas.

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