EL LOBO Y LOS TRES CERDITOS.
Un buen día estaba durmiendo tranquilamente, en mi suave cama, cuando de repente comencé a notar un gran sofoco. Seguidamente miré por la ventana y vi que el bosque se estaba quemando... unas enormes llamas ya bordeaban la mayor parte de mi casa.
Pensé en los vecinos que viven en las casas cercanas.
Con el pijama puesto salí corriendo hacia las tres casas de los cerditos. A pesar de que no éramos demasiado buenos amigos los tenía que avisar del peligro que corrían.
Al llegar delante de la casa de paja, llame para entrar, me era muy urgente... Él no me quiso atender porque pensaba que le quería comer. Las llamas se acercaban más y más... puede que si soplara pudiera evitar el incendio de la casa. Soplé y soplé tan fuerte que llegué a destrozar la casa. El cerdito salió corriendo sin darse cuenta del fuego. Huyó hasta entrar en la casa de madera de su hermano. Me acerqué jadeando a su puerta y pedí que me abrieran... pero era tan tozudo como el anterior cerdito. El fuego se iba acercando peligrosamente y no había otra solución que soplar lo más fuerte que pudiera. Soplé y soplé tan fuerte que llegué a destrozar también esta casa. Los cerditos salieron corriendo sin darse cuenta del fuego. Huyeron hasta entrar en la casa de ladrillos del hermano pequeño.
El fuego nos fue rodeando; la casa no corría peligro pero yo estaba fuera y ya empezaba a chamuscarme. Pedí que me dejaran entrar... los tres cerditos al unísono me gritaban que no, y que no. Decidí entrar por la chimenea. Mientras bajaba, los cerditos presintieron mi maniobra y colocaron un gran puchero con agua hirviendo al fuego... al caer yo dentro noté una gran quemazón y salí disparado como un cohete por la chimenea hasta aterrizar en el pequeño estanque del bosque.
En esto llegaron los bomberos y fueron controlando el incendio. Por suerte caí sobre unas acolchadas algas... debido al incendio cayó un tronco de un gran árbol en la laguna y así pude salir –algo contusionado y mojado- pero enterito. Los cerditos desde la ventana miraban el desenlace final y parecían arrepentidos de su comportamiento, pero yo ya lo tenía todo decidido, emigré y me fui a vivir a otro bosque, con otros vecinos que fueran amigos.
Extraído del libro “Cómo educar en valores”, ed. Narcea, Madrid 1996. págs. 108-109.
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