Reproduzco, como homenaje al gran escritor vallisoletano, un artículo de Eclesalia sobre su última novela "El Hereje":
ECLESALIA, 15/09/10.- Valladolid, 21 de mayo de 1559. Tras un año de  penoso cautiverio en la cárcel secreta de la Inquisición, más de sesenta  reos -integrantes del foco luterano de la capital- desfilan en  procesión. Van marcados con sambenitos, algunos de llamas y diablos  (distintivo de los condenados a la hoguera). El estandarte de la  Inquisición y la enseña carmesí del Pontificado abren la marcha. Un coro  de cantores entona el solemne Vexilla Regis, de Semana Santa. En un  punto de la capital, la procesión de los reos confluye con la comitiva  real; tras el rey, van los príncipes, los altos dignatarios de la Corte y  los nobles; cierran su comitiva los arzobispos. Todos se enfilan hacia  la Plaza Mayor, donde se va a celebrar un solemne Auto de Fe.
En  el imponente entablado sobre la plaza, hay dispuestos tres púlpitos. Los  reos, son llevados ante el púlpito de los relatores, donde públicamente  les leen las sentencias: “… confiscación de bienes, cárcel y sambenito  perpetuos, con obligación de comulgar las tres Pascual del año”;  “degradación, confiscación de bienes, muerte en garrote y dado a la  hoguera”; “confiscación de bienes y dado a la hoguera”;… Finalizado el  Auto, los reos marcados con sambenitos de llamas, son montados en unas  humildes borriquillas y llevados al quemadero.
Así termina El  Hereje, la última y más extensa obra de Miguel Delibes, escrita en 1998,  a los 78 años. Dedicada a Valladolid, El Hereje es “una obra cumbre de  la novela del S. XX” dice la crítica. El Hereje es “una novela  histórica, muy documentada”. Junto a personajes de ficción, como  Cipriano Salcedo (el protagonista), hay otros que tuvieron existencia  real, como el doctor Cazalla (que fue capellán de Carlos V); o Bartolomé  de Carranza (que fue arzobispo primado de Toledo y prestigioso teólogo,  enviado al Concilio de Trento por Carlos V. A Carranza, la Inquisición  le abrió un dilatado proceso: una sentencia le acusó de “sospechoso de  herejía”; fue absuelto poco antes de morir); o Carlos de Seso (un  luterano originario de Verona). 
En 1559 se celebraron en  Valladolid dos Autos de fe. La ciudad castellana dedicará una de sus  calles a los Cazalla (la misma donde tuvieron lugar las reuniones  clandestinas de aquella comunidad luterana); en tiempos de Franco, la  calle fue rebautizada como “Héroes de Teruel”. Actualmente se llama  Doctor Cazalla.
Cipriano Salcedo, próspero comerciante de lanas y  pieles, “nació” casualmente en 1517, año de la Reforma protestante:  justo el día que Lutero fijaba sus 95 tesis contra las indulgencias en  la puerta de la iglesia de Wittenberg. Su madre murió tras su parto,  algo que no le perdonó su padre al “pequeño parricida”. Huérfano de  madre y privado de las ternuras paternas, su único cordón afectivo será  Minervina, su nodriza, el personaje más tierno de la novela. Pero ella  le es arrancada de su vida (reaparecerá, inesperadamente, cuando  Cipriano es conducido, sobre la borriquilla, hacia el quemadero) por su  padre que, celoso, interna al pequeño Cipriano en un colegio de niños  expósitos. Su padre muere, víctima de una peste. Cipriano es tutelado  por su tío, oidor de la Chancillería; se doctora en leyes, y retoma los  negocios de su progenitor.
Salcedo, que tiene inquietudes  religiosas, es atraído por la autoridad moral del doctor Agustín  Cazalla: sus sermones (por lo que sugieren) le producen una cierta  liberación interior. El Doctor, introductor clandestino de las  corrientes luteranas en España, le expone, en privado, la nueva  doctrina. Es un cristianismo muy simple, sin idolatrías (como el culto a  los santos, imágenes, o reliquias); y sin “invenciones” (como, por  ejemplo, la quimera del purgatorio). Recursos que, según la Reforma,  utilizaba la Iglesia romana para subyugar al pueblo. Salcedo asimila la  Reforma y se “asocia” en la fraternidad vallisoletana, uno de los  primeros focos del protestantismo en España. En la “secta” tienen La  Libertad del cristiano como libro de cabecera.
La primera  experiencia de Cipriano Salcedo con la fraternidad le resulta  sobrecogedora. Comenzaban la reunión con la lectura de un hermoso salmo  que sus hermanos de Wittenberg cantaban, pero que, en Valladolid, ellos  tenían que conformarse con rezarlo (para no levantar sospechas).  Cipriano esperaba encontrar en sus estrofas “consignas prohibidas”. El  tal salmo (el 34) decía: Bendecid al Señor en todo momento /Su alabanza  estará siempre en mi boca… Que lo oigan los humildes y se alegren/…  Porque busqué al Señor y me ha respondido / Me ha librado de todos los  temores. Esa noche, el conventículo versaba sobre las reliquias y otras  supersticiones. Para ilustrarlo, se leyeron algunos de los diálogos de  Latancio y Arcidiano, del libro de Alfonso de Valdés: “Diálogos de las  cosas acaecidas en Roma”. Era una crítica a “estas reliquias que sacan  dinero de los simples,… que os las mostrarán en dos o tres lugares a la  vez”, y que se ponían a la altura de artículos de fe. 
Cipriano se  ganó enseguida la confianza del Doctor, y es enviado a Alemania, para  contactar con Melanchton, entonces cabeza visible del luteranismo, y  adquirir algunos libros de la Reforma, aquí proscritos. Salcedo regresa  de Alemania en el Hamburg, una galeaza al mando del capitán Berger,  luterano. Desembarca en Laredo. En sus fardos trae, camuflados, Iibros  de Lutero, de Erasmo,…y biblias. (El Catálogo de Lovaina, de 1546,  contenía una relación de las primeras listas de libros heréticos, entre  ellos la Biblia traducida al castellano). 
Salcedo se toma muy en  serio la comunidad luterana, a la que idealiza. Se siente como  transportado a la simplicidad del cristianismo primitivo. En la  fraternidad no percibe distinciones entre los aristócratas y los  plebeyos. Cipriano decide un día repartir la mitad de sus propiedades:  hace socios de su negocio a sus arrendatarios. No lo hace para  asegurarse la salvación eterna: él asume que “las obras no son  indispensables para salvarse: el mérito es exclusivamente de Cristo, de  su Pasión” (El Beneficio de Cristo), sino como un gesto de resarcimiento  por el desapego de su difunta esposa, Teo (la reina del páramo) cuyo  matrimonio acabó en fracaso. 
De la fraternidad vallisoletana  brotarán pequeños retoños: tres conventos de monjas han sido tocados en  la capital (el de Belén, es prácticamente luterano). En Castilla, surgen  otros pequeños grupos satélites: en Toro, Zamora, Ávila. En Ávila  –donde imperaba “un catolicismo cerrado, poco reflexivo, rutinario”-,  Cipriano, que hacía de enlace, convocaba (en casa de doña Guiomar de  Ulloa) a otros hermanos de la provincia, entre ellos Luis de Frutos (el  barbero de Piedrahita); o al joyero Mercadal, y a su sobrino, (ambos de  Peñaranda de Bracamonte).
La comunidad luterana acabará siendo  descubierta por la Inquisición. Algunos miembros, entre ellos Salcedo,  emprenden la huída; pero ninguno logra escapar. En los duros  interrogatorios, casi todos rompen el juramento prometido de no  delatarse entre los hermanos. Algunos, como descargo, responsabilizan  del origen de la secta al influyente Carranza… 
En El Hereje,  Delibes hace una descripción maestra y de las relaciones humanas y de  los usos de la época. Cipriano Salcedo es el prototipo de hombre  íntegro, defensor de la libertad de conciencia. En los interrogatorios,  cuando le preguntaba el inquisidor: “¿Cree usted en la Iglesia Romana?”,  Salcedo le respondía: “Yo creo firmemente en la Iglesia de los  apóstoles”. Un año después, camino del quemadero, él se pregunta si  existía realmente la fraternidad en algún lugar del mundo. Está desolado  por las claudicaciones (delaciones) entre compañeros. Pide una señal.  “¿Dónde está Dios?”. Instantes antes de ser quemado en la pira, el  confesor le insta, sin conseguirlo, que pronuncie la palabra que le dará  el pasaporte para la salvación de su alma: “decid Romana, solamente  eso”. Consternado, lo más que pudo arrancarle al hereje fue: “Si la  Romana es Apostólica, creo en ella con toda mi alma, padre”.
Miguel  Delibes empieza El Hereje recordando un discurso de Juan Pablo II a los  cardenales, en 1994, sobre la violencia ejercida desde el seno de la  Iglesia: “¿Cómo callar tantas formas de violencia perpetradas también en  nombre de la fe? Guerras de religión, tribunales de la Inquisición y  otras formas de violación de los derechos de las personas… Es preciso  que la Iglesia, de acuerdo con el Concilio Vaticano II, revise por  propia iniciativa los aspectos oscuros de su historia, valorándolos a la  luz de los principios del evangelio”. 
Aún hoy, en 2010, siguen  siendo “condenados” teólogos de prestigio, sus libros son retirados de  las librerías católicas y colocados en el Índice: a pesar de estar  avalados por la renovación del Concilio Vaticano II y de contar con el  Nihil Obstat de su obispo. El Hereje, de Miguel Delibes, es “una novela  inolvidable sobre las pasiones humanas y los resortes que las mueven; un  canto apasionado por la tolerancia y la libertad de conciencia”.   (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus  artículos, indicando su procedencia).
Posdata: el sábado 13 de  marzo, el día del entierro de Miguel Delibes, el salmo que “casualmente”  se leía en las Iglesias por la tarde (el propio de la liturgia  dominical) era, misteriosamente, el salmo 34: el mismo salmo que leían  en aquella comunidad luterana de Valladolid cuando Cipriano Salcedo  asistió por primera vez a un conciliábulo. Cuando se lo cuento a un  amigo, éste me cuenta una anécdota, estremecedora, que venía al caso,  como anillo al dedo: “en una ocasión le preguntaron a Miguel Delibes qué  epitafio le gustaría que pusieran en su tumba. Él respondió: “Cristo,  espero que cumplas tu promesa”. Pues, misión cumplida.

1 comentario:
Excelente blog y muy buen post, realmente llegué a tú blog por coincidencia, pero he leído un par de artículos y me han parecido muy interesantes, espero sigas así.
Un abrazo.
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